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Rough cut: Los descendientes (2011)

Por Mario NC

Alexander Payne es un director interesante que ha ganado numerosos adeptos en la última década. Su cine describe de forma incisiva las contradicciones y vicios de la sociedad estadunidense con ingenioso humor negro (como en la excelente Election, protagonizada por Matthew Broderick). Sin embargo, a partir de Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Payne desarrolla una especie de trilogía cuyo hilo conductor son las historias de hombres viejos o de mediana edad, emocionalmente dañados y con un miedo latente hacia el futuro. Tríada de películas que continúa con la brillante Entre copas (2004) y que cierra (espero) con Los descendientes (2011), la más débil y fallida de las tres.

Y el problema no es tanto que esté mal filmada (al contrario, es impecable) o que sea aburrida, sino que al igual que otros directores, Payne parece estar atorado en una «fórmula» que ya se siente predecible y repetitiva, que bebe demasiados tópicos del cine de la era post-little-miss-sunshine: parábolas sobre familias disfuncionales, con personajes excéntricos y una combinación desigual de humor y melodrama, a partes iguales.

Dicho lo anterior, el casting en general es bastante redondo, aunque no hay una interpretación que destaque o sea particularmente memorable. La muy publicitada y multi-premiada actuación de George Clooney es correcta y nada más, aunque ésto se debe a que el personaje que interpreta es demasiado plano y olvidable. En cambio, las breves apariciones de Beau Bridges y (no puedo creer que estoy escribiendo esto) Mathew Lillard  son fantásticas.

Mi problema con la película es que es demasiado frívola y superficial en lo que está contando. Sin la mala leche de Entre copas (2004) o el tono tan deprimente de Las confesiones del Sr. Schmidt (2002), Los descendientes nunca puede trascender las limitantes de un superficial guión típico de Hollywood que versa sobre gente blanca rica con problemas de gente blanca rica que a nadie le importan. Justificada, a priori, como un retrato realista de Hawaii y sus habitantes, la película se queda a medias, repleta de subtramas e ideas que nunca cuajan, forzando a la audiencia a involucrarse en un conflicto que ya se ha contado antes y de formas mucho más interesantes. De hecho, lo más irónico del caso es que una película como Lilo y Stitch (de Disney, de dibujos animados, para niños, con extraterrestres como villanos) nos muestra una visión mucho más sincera sobre Hawaii y la pérdida de la familia (¡No me juzguen! Que algo de razón tengo, digo, al menos la del alien dientón se centra sobre personas comunes y corrientes, en vez de multimillonarios solitarios) que este supuesto relato adulto, que incluye cosas como niños que dicen palabrotas, infidelidades y personas en coma y que se venda como crítica social.

A lo anterior hay que agregarle algunas decisiones cuestionables de parte del director, tales como un ritmo y tono desiguales o la innecesaria inclusión de la voz en off de Clooney; la cual, por alguna razón, es muy prevalente en los primeros treinta minutos, para luego desaparecer y regresar en el último tramo, como si el director se retractará al último momento. Y aunque no arruina la experiencia, sí es en extremo molesta en un par de escenas, ya que asume a la audiencia como una bola de monos idiotas (la primera secuencia, por ejemplo, es perfectamente entendible sin Clooney explicándonos su dilema existencial). A pesar de ello, la película es más o menos entretenida y Payne la rescata de la mediocridad con escenas y momentos logrados. Además, la banda sonora, repleta de música hawaiana tradicional, es deliciosa.