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Cortos bien cortos: La Cinta (2009)

Por C.M.

Pienso que todos estamos ciegos.
Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran.
José Saramago

Alguna vez en una entrada pasada dije algo sobre cómo el cine puede hacer lo que se le pinte y la manera en que uno puede tomarlo como venga, despojándose de prejuicios y convenciones establecidas. De esta forma nos invita a un sinfín de escenarios y personajes, sea el formato o ritmo o ángulo que sea. Justo como lo hace el arte mediante las posibilidades que dispara aunque debo admitir que hablar de arte nos orilla, querámoslo o no, a una definición y como no la tengo y no es el espacio para conjeturar sobre ésto la omitiremos y dejaremos que cada lector lo entienda desde su particular visión.

Hoy traigo un corto –cortísimo– animado que sintetiza una de las problemáticas más peliagudas de la historia humana: el círculo de la violencia. Viene de un grupo de cineastas de la escuela de animación francesa Gobelins L’ecole de L’Image, radicada en París y dedicada a las artes visuales. Fue realizado por Thomas Charra, Michaël Crouzat, Kherveen Dabyllal, Denis Do y Gabriel Jolly-Monge.

Sin intervención directa de diálogo, los tres minutos con 54 segundos presentan la  rabia de una muchedumbre en la China de los 60s sobre un terrateniente rico, golpeado por algunos hombres que lo rodean mientras se escuchan gritos de «¡Perro burgués! ¡Cómplice de capitalistas!»

Una de las personas en la multitud lo reconoce sin saber cómo reaccionar.
Lo pongo antes de colocar la reflexión que hice después de verlo:

No es que veamos aquí un hecho único y aislado en la historia (el proceso de transformación al comunismo del país asiático) pues, ¿no es acaso la historia una repetición más que una sucesión lineal «evolutiva»?, ¿podemos creer en la libertad  aunque venga con restricciones?, ¿creer en la civilización que se funda en la barbarie? ¿cambiar la dictadura del burgués por la del proletariado?

Pensemos, si se quiere, en un hecho reciente: la muerte de Khadafy (antiguo gobernante de Libia) llevada a cabo por las masas, las cuales se jactaban de hacer justicia.

Podemos hacerlo desde cualquier parte del mundo, desde cualquier época. La guerrilla en Colombia, las dictaduras latinoamericanas, las guerras mundiales del siglo XX…

Y es que resulta muy difícil abordar tales movimientos sociales pues surge la pregunta de cómo sustentar un criterio binario entre «buenos» y «malos» que justifique tales o cuales actos, ¿es acaso tan fácil dividirnos de esta forma y desde ahí dictaminar sentencias?

¿Debemos guiarnos por el ojo por ojo y diente por diente por siempre?, ¿cómo saber lo que merece tal o cual acción? Y aún más importante, ¿cómo salir, de una vez por todas, de la violencia?, ¿debemos tratar al torturador como él lo hizo con sus víctimas?, ¿debemos matar al asesino y después contarlo con orgullo a las generaciones venideras?, ¿es esto lo que queremos dejar?

Con estas preguntas no pretendo juzgar al pueblo de Libia o a tantos otros que se levantaron en armas para acabar con un yugo opresor pues es evidente que esto no puede resolverse de una sola manera ya que su complejidad trasciende preguntas y respuestas únicas y absolutas; más bien intento poner sobre la mesa una pregunta (o muchas) a raíz del corto: ¿cuál es realmente la distancia entre el que ejerce «justicia» y el criminal?

¿Es «cómplice del capitalismo» la chica de la cinta roja, irónicamente guardada en el bolsillo a la altura del pecho del hombre burgués, justo encima de su corazón?

Algunos filmes nos hacen reír, llorar, otros nos entretienen, conmueven o aburren, pocos nos orillan a pensar… lo que hacemos, somos, hacia dónde vamos y de dónde venimos.