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Don Gato y su pandilla (2011), ¿la nostalgia es ciega?

Por Mario NC

El caso «Don Gato» siempre me ha intrigado. Ejemplo perfecto del declive creativo y financiero de la dupla Hanna-Barbera, Top Cat es parte inevitable de la animación-maquila, modelo de producción eficiente que se vino a consolidar con el invento de la televisión, cuando el cine animado y el modelo Disney resultaban en excesivas perdidas financieras para los estudios. Maquila porque en eso se convirtió la industria animada: excreción de programadas realizados con ínfimos presupuestos y fórmulas diseñadas para explotarse de forma fácil, con guiones simples y personajes unidimensionales que podían dar hasta cientos de pisodios para luego sindicalizarse en repeticiones hasta la saciedad o el fin del mundo (lo que suceda primero).

Algo sucedió con Top Cat que nunca funcionó con el público estadunidense. Fue cancelada con sólo treinta episodios pasando sin pena ni gloria en el imaginario yanki. Por obras de los chaneques verdes o los espíritus nahuas del sincretismo mexicano o lo que sea que haya sido*, Don Gato y su pandilla se convirtió en una obra de culto, en un ícono cultural tan adherido al imaginario mexicano como lo es El Chavo del 8 o La Familia Burrón. Situación por igual fascinante y extraña que ha sido atribuida, por supuesto, al legendario doblaje mexicano realizado en la época de oro de esta complejísima profesión, ya agonizante en la última década.

Todo lo anterior es ante todo, un recordatorio de lo extraño, casi surreal, de este proyecto en particular. Co-producida por la Warner y Argentina, escrita por un equipo de gringos y animada por un estudio mexicano, Don Gato y su pandilla (2011) es sin duda la película animada más desconcertante de los últimos diez años y heredera de esos extraños casos en los que un producto cultural es irónicamente re-apropiado y reconfigurado por otra. Hablo de esos casos tan absurdos como la reevaluación crítica de las películas de El Santo en Francia o la obsesión de Medio Oriente con Lionel Richie.

Pero me estoy desviando del tema.

El problema fundamental con Don Gato y su pandilla (2011) es que desde el primer segundo del metraje, hasta el último, la película se siente limitada. Limitada en todos los sentidos posibles debido a su propia naturaleza: producto de una animación limitada presentada en un medio limitado, la televisión. Por ello, cuando es exportada al cine, lo más natural es que estos personajes y situaciones se sientan incómodos y superficiales. Hay que recordar que Don Gato (la serie) fue creada para ser repetitiva, todos los personajes son cliches o estereotipos de una época (el paria y sus compañeros que sobreviven de forma astuta violando la ley y siguiendo una especie de código de honor) que conformaban una propuesta cerrada y estática, que no podía cambiar o modificarse dentro de los veinte minutos que duraba cada episodio, pues esto significaba ir en contra de la intención comercial de la serie, es decir, presentar una fórmula y explotarla por el mayor tiempo posible. En cambio, una película animada (en este caso me limito al cine infantil) requiere ethos y catharsis, desarrollo emocional y una conexión clara entre lo que se cuenta y el mensaje que se quiere transmitir al espectador (ejem, los niños). En Don Gato (la película) no hay nada de esto, porque los personajes no pueden cambiar o crecer, porque eso sería traicionar la nostalgia (el status quo presente no en los niños sino en los padres, la verdadera audiencia de esta cinta), el único combustible que tiene la película para sostenerse por hora y media.

La trama es sencilla y curiosa: Don Gato (un excelente Salvador Nájar) es érroneamente inculpado por un crimen que no cometió, producto de un elaborado plan del magnate y villano Lucas Buenrostro (un irreconocible Mario Castañeda) quien toma control de la estación de policía (y la ciudad) con ayuda de sus hipermodernos robots policías. Es este último detalle (la tecnología del villano como arma mortífera), el aspecto más fascinante de la cinta, el cual plantea una especie de comentario irónico sobre su propio material. Buenrostro representa la modernidad, su villanía basada en la tecnología de punta y en subestimar a Don Gato y a sus métodos, arcaicos y fuera de contexto en la realidad virtual de la Web 2.0. Por ejemplo, en una escena de la primera parte, Don Gato se muestra estupefacto ante un celular, al que no le ve ninguna función práctica. Deliberadamente o no, los creadores parecen escupir al aire, dejando en claro que la película se sustenta en pura nostalgia adulta sobre y a través de una franquicia que resulta imprenetable para los niños de la generación ipod/blackberry acostumbrados a las aparatosas y costosas animaciones en computadora de Pixar o Dreamworks y a las historias de escala épica tipo Harry Potter. En cambio, Don Gato se siente pequeña, muy pequeña, pero con complejo de grandeza. Ah y casi lo olvido, la película es presentada en 3D.

En este sentido, la calidad técnica no es ninguna sorpresa, Anima Studios contó con cerca de seis millones de dólares para la producción, un presupuesto exhorbitante para una película mexicana, ridículamente bajo para una película de animación promedio en Hollywood y bastante justa para una producción independiente -sólo para establecer un punto de comparación, Las trillizas de Belleville (2003)  Persépolis (2007) tuvieron un presupuesto similar-. El «primer» estudio de animación mexicana exitoso parece estar en un bache creativo, su presupuesto se multiplica, pero su estilo permanece estático, caminando para atrás en vez de ir hacia adelante. El estilo de animación apesta a direct-to-video, con un estilizado rediseño de personajes a la UPA que luce atractivo cuando los personajes se encuentran estáticos, y horrendo cuando están en movimiento. En otras palabras, es lo que es, una caricatura modesta con aires de megaproducción sin identidad propia. En contraste, los atractivos créditos finales (diseñados con un trazo simple y fondos tipo acuarela al son del pegajoso tema New York Groove de Ace Frehley), evocan a los usados por Pixar y Dreamworks al final de sus películas. Aquí resultan encantadores y se sienten honestos. De haber optado por ese estilo visual, Anima Studios tendría en sus manos una película llamativa y sencilla, más acorde al limitado material original y el presupuesto del que parten, aunque por supuesto no hubiera lucido tanto en una pantalla de cine y mucho menos «en 3D».

En comparación, la adaptación del guión en inglés de Jorge Arvizo me parece excelente y elegante, nunca llegando a los excesos mex-pop de Derbez, pero manteniéndose dentro de una universo cultural bien definido, a pesar de que la historia ocurre en Nueva York. La música es olvidable y la película tiene uno o dos chistes muy logrados que redondean un trabajo de doblaje muy decente y que salvan al conjunto de la mediocridad completa.

Por último, quiero aclarar (en plena contradicción de mis comentarios venenosos y destructivos) que no tengo nada en contra de Anima Studios o esta película en particular. Siendo honesto, me esperaba una basofia insufrible, tipo el Oso Yogui (2010) o Los pitufos (2011), pero la realidad es que Don Gato y su pandilla (2011) es completamente inofensiva. Entretenimiento simple, sin mayores pretensiones, ni mejor o peor que un capítulo cualquiera de El chavo del 8. Sabe perfectamente lo que es, una caricatura decente y olvidable que no tiene ninguna razón de existir, mucho menos dentro de una sala de cine. Dudo que a los fans de la serie les agrade, porque es tan sólo un recopilatorio de referencias que pueden ver en los episodios originales (que ya tienen y que pueden repasar en cualquier momento en Canal 5 o en DVD) y porque el doblaje (el aspecto más memorable de un mediocre material original) se siente incompleto, ya que la mayoría de los actores originales han muerto o rechazaron participar en el proyecto.

Aunque la realidad sea dura, ahí siempre estará para ser incómoda. Al igual que gran parte del cine de nuestro país, la animación en México todavía está en pañales a pesar de sus setenta años de evolución (o involución, dependiendo del caso). Todavía no encuentra una identidad propia y un sistema de producción lo suficientemente efectivo para producir, al mismo tiempo, material original y productos comerciales (como si lo han logrado numerosos estudios de animación europeos). Al igual que muchos aficionados a la animación, me encantaría decir con orgullo que México tiene una industria de la animación sana. Es muy loable que Don Gato haya roto récords de taquilla, logrando 108 millones de pesos (casi ocho millones de dólares), pero no me parece que este tipo de productos sean el camino correcto (antes de ésta, Anima realizó un especial de Mr. Magoo). Y este humilde pseudo-crítico espera, con una diminuta esperanza, que esos millones recuperados en taquilla sirvan para crear material provocador y a la altura de lo que se hace en Europa o en Asia. El cine animado necesita de forma urgente a jóvenes creativos y cojonudos que estén dispuestos a revolucionar un medio subestimado y limitado por lo comercial. El dinero es necesario, pero no es lo único que falta.

Necesitamos ingenio, visión y mucho, mucho talento.

*Otra explicación de la longevidad de Don Gato en televisión, además del doblaje, es que la premisa de un gato tramposo que utiliza cualquier medio para sobrevivir y cuidar a su grupo y que es irrespetuoso de la autoridad resuena de forma inconsciente con la cultura mexicana, más pronta a ridiculizar a los oficiales de policía y  santificar a los ladrones con corazón y código de Robin Hood (como Malverde o Pancho Villa). La idea del anti-héroe jodido por el sistema económico y las clases sociales es algo muy particular de nuestra cultura. En comparación, para los estadunidenses de clase media de los sesenta (época en la que se estreno la serie) Top Cat resultaba aburrida y demasiado ajena a su realidad social, centrada en el consumismo, la familia nuclear, la pujante tecnología espacial aplicada a la vida domestica y la explotación mediática del american way of life que eran los temas centrales de Los Picapiedra y Los Supersónicos, series muchísimo más exitosas.