Rough cut: Los juegos del hambre (2012)

Por Alan Márquez

Ya terminada la saga cinematográfica de Harry Potter, además de pronto hacer lo propio la de los odiados vampiros de Crepúsculo, era necesario encontrar una saga dirigida a ese target –tanto para la industria editorial como para aquella productora que se apuntara la correspondiente adaptación a la pantalla. Los juegos del hambre es la primera de cuatro películas basadas en la obra literaria de la autora estadounidense Suzanne Collins,  la película ya rompió algunos records de taquilla y sigue llenando salas de cine en todo el mundo, algo afortunado para una cinta que resulta interesante, no solo como un mero entretenimiento, sino también como una crítica inteligente e incluso siniestra a los medios de comunicación y de gobierno.

Es prudente decir que quien esto escribe no ha leído los libros en los que se basa la película y su mayor acercamiento previo data de conversaciones con amigos fans de la obra y en menor o mayor medida críticos con ella. Ignoro entonces si algún detalle es importante para los siguientes tomos –En llamas y Sinsajo– o cómo difiere el tratamiento de los temas de la película con aquellos del libro.

Los juegos del hambre transcurre en un mundo distópico dividido en doce distritos, donde el Capitolio, sede del gobierno y de los medios de comunicación ejercen un férreo control sobre el modo de vida en el resto del país. El Capitolio organiza cada año un evento televisivo donde cada distrito tiene que presentar ofrendas –un chico y una chica- para que peleen a muerte entre sí, el ganador será el único que quede con vida.

Si Harry Potter bebía de cuentos fantásticos tradicionales, Los juegos del hambre lo hace de novelas y películas de Ciencia Ficción del siglo XX y comienzos del XXI. Su premisa recuerda, por supuesto, al filme japonés Battle Royale, pero también a Rollerball por ejemplo, lo que no demerita de manera alguna el valor de la película. Los juegos del hambre, resulta una película salvaje, terrible y violenta, una rareza en una propuesta dirigida al gran público, con miras de hacer todos los millones de dólares posibles.

El personaje principal, una muy competente Jennifer Lawrence, es una heroína parca que comienza su aventura al ofrecerse voluntaria para los juegos tras ser seleccionada su hermana pequeña. Los personajes son ambiguos y sus decisiones parecen doblegarse siempre ante los intereses del Capitolio. Gary Ross, director del filme, sabe otorgar a la trama de un tono trágico que hace sentir incómodo al espectador en todo momento, aun en los momentos más felices de la trama. En la primera mitad del filme, los preparativos para los juegos, vemos a una sociedad consumista, egocéntrica y caprichosa, que recuerda en su estética y valores al Brazil de Terry Gilliam, en toda su bufonesca crueldad. Los personajes pronto aprenden que más que guerreros, lo que se busca en el juego son showmans, gente que de un espectáculo, que establezca giros de guión, interés romántico y morbo a los televidentes que sintonizan los juegos cada año.

Ese tono de farsa reviste al final toda decisión de los personajes, qué acciones son sinceras y qué acciones no lo son. El tema principal es cómo vencer a un sistema cuya maquinaria se basa no solo en las acciones malvadas, sino también en los actos de bondad, donde incluso el amor es una herramienta más que usa el Capitolio para perpetuar sus normas y borrar cualquier rastro de posible rebelión, las propias esperanzas de la gente de los distritos son usadas para maniatarlos. Una victoria en los juegos del hambre es una derrota para los propios jugadores que llegan al final vivos –la resolución de la historia, donde se ve una pequeña ventana a una revolución auténtica en forma de unas moras, es rápidamente sofocada, los héroes de esta historia también son peones, y nadie está en condiciones de juzgarlos moralmente. En 1984, de George Orwell, se daba una conclusión parecida a la conclusión de esta película, no hay esperanza, no hay escapatoria de un sistema totalitario, aunque quién sabe, seguro si esa fuera la intención de Suzanne Collins, no habría escrito dos libros más.

Los juegos del hambre resulta entonces una propuesta interesante, entretenida y que a pesar de su larga duración mantiene un buen ritmo y una premisa apasionante que hace esperar ya sus secuelas.

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