13 Assassins (2010), sangre y acero

Por Mario NC

El nombre de Takashi Miike no le dirá nada a muchas personas, pero cualquiera que se diga aficionado al cine oriental, y en particular del cine japonés, sabe quien es este hombre. El inclasificable Miike entró en la mira del los críticos de todo el mundo con la memorable Audition en 1999 y se cimentó como una figura controversial del cine de horror-gore con Ichi the Killer en el 2001. Pero el rasgo más peculiar de este oriundo de Osaka, ha sido su paso de ser autor de culto a convertirse en uno de los cineastas más exitosos de la industria del cine japonés. En mi opinión, el interés del mainstream en Japón hacia este polémico director, se debe a dos cualidades difíciles de conseguir en el mundo del cine comercial: es eficiente y barato.

Miike es uno de esos pocos cineastas que ha logrado desarrollar una prolífica carrera con pocos o nulos recursos. En sus buenos tiempos, se dice que llegó a filmar peliculas en una sola semana con ínfimos presupuestos. Y a esto hay que agregar su incursion en toda clase de géneros y producciones tanto en cine como en televisión: películas de yakuzas (Shinjuku Triad Society, Fudoh: The New Generation, la trilogía de Dead or Alive), cine surreal o de arte (The Bird People in China, Gozu, Izo), western (Sukiyaki Western Django), humor negro (The Happiness  of the Katakuris, Visitor Q),  adaptaciones de mangas (Ichi the Killer, MPD: Psycho), horror (One Missed Call, Audition) y eso apenas rascando la superficie de su extensa filmografía. Dicho de otro modo, se trata de un director con un estilo único que siempre provoca reacciones extremas, o lo amas o lo odias, pero nunca te dejará indiferente.

13 Assassins, cinta estrenada en el 2010, pero mostrada a finales del 2009 en el Festival de Cannes le cosechó, hasta la fecha, las mejores críticas de su carrera. Y con justa razón. La aparente simpleza de la trama, esconde un ejercicio de estilo sorprendente que difícilmente será superado en la siguiente década.

Situada a finales de la era Edo, cuando la figura del samurai inicia su inevitable decadencia, la trama se centra en Shinzaemon (Koji Yakuzho), un samurai retirado que se ve forzado a formar parte de una misión suicida: asesinar al sádico Señor Naritsugu antes de que ascienda al trono y desate una guerra brutal en todo el reino. Y tal como lo indica el título, Shinzaemon organiza una expedición con otros 12 talentosos asesinos para sobrepasar al obstáculo más letal entre él y Naritsugu, su rival y ex-compañero Hanbei (Masachika Ichimura).

Como es obvio a primera vista, la cinta tiene una premisa típica del cine chambara, una misión imposible en la que los samurais se juegan la vida y el honor por el cumplimiento de un código extremo de justicia. En este sentido, la película remite a Los 7 samurais de Kurosawa, en particular en su estrctura narrativa de dos partes: la primera nos muestra la confromación de un grupo de guerreros y la segunda se limita a la batalla que viene a ser el centro del relato. Sin embargo, las similitudes con Kurosawa acaban ahí. Miike es un director que suele hacer películas engañosas que cambian de tono a lo largo del metraje y que brillan por su poca sutileza, estilo que es catalogado siempre como «gratuito».

En 13 Assassins nos encontramos con un Miike maduro que sabe y deja muy claro el tono de la historia y la forma en como debe representar el desarrollo de personajes y en particular, de la violencia en pantalla. La primera mitad es lenta y con una cinematografía elegante y cuidada. La sangre y cadáveres fluyen rápidamente, pero en su la mayoría de los casos, Miike nos sugiere en vez de mostrarnos: su cámara se centra en la cara de un samurai cuando éste comete sepukku, los brutales asesinatos y torturas de Naritsugu son fuera de cámara y toda la brutalidad es imaginada por el espectador gracias a un excelente diseño de sonido. Aún así, Miike no se reprime del todo. La cinta se encuentra plagada de sus obsesiones típicas: la deformacion de cuerpos, la tortura, el sentido del dolor y la naturaleza sádica del ser humano. Naritsugu es un villano caricaturezco (un sobreactuado aunque entretenido Goro Inagaki) unidimensional que parece fuera de lugar junto a la complicada psicología implícita en el duelo entre Shinzaemon y Hanbei. Pero son estos detalles los que le dan un tono fatalista y casi absurdo a la violencia que se libera en todo su esplendor en la segunda parte del metraje. La pasión fluye en cada fotograma, revelándonos a un Miike maduro y certero. La batalla final es un prodigio de montaje y escala, una obra maestra de una hora de duración que parece salida de un comic de fantasía épica. En particular, es clara la maestría con la que Miike maneja un presupuesto limitado. Mientras que la primera hora está llena de escenas grabadas en estudio (cuartos pequeños con un grupo de personajes hablando), la segunda hora se desarrollo en escenarios vistoso, bosques, pueblos y páramos, donde Miike exhibe toda su auto indulgencia (toros kamikaze en llamas, trampas gigantes y un ejército de cientos decimado por un puñado de asesinos).

13 Assassins es memorable porque es exótica y extrema. Compararla con Los 7 samurais me parece inútil, Miike trabaja en un tono y estilo muy diferentes que se acerca al cine chambara de los sesenta, debiéndole más al Harakiri de Koyabashi*, que al Yojimbo de Kurosawa. El Japón medieval de esta cinta es sucio y grotesco, con colores deslavados y una fotografía que parece salida de una película de guerra. Los temas son abstractos y densos, el código samurai en esta historia es insuficiente para controlar un mundo cada vez más enfermo, aspecto que se refleja de forma muy clara en el monstruoso villano. Esta contradicción del código samurai es el centro de la trama, que culmina con el enfrentamiento entre Hanbei y Shinzaemon, de dos filosofías arcaicas que ya no tienen lugar dentro de una sociedad clasista controlada por oficiales corruptos. La realidad del guerrero (o del soldado) es vista como una tragedia, una maldición-adicción a la muerte y la sangre que se muestra muy claro en el personaje de Shinrouko (un talentosísimo Takayuki Yamada).

Miike cierra su filme de forma muy eficaz, con una epílogo ambiguo que solidifica una poderosa reflexión sobre el papel del guerrero y la naturaleza a veces efímera, pero contundente, de la justicia hecha con sangre. Miike se asbtiene de sentimentalizar la muerte de estos asesinos: no hay discursos inspiracionales o agonía poética, éste es cine brutal y enfermo, que tiene tu estómago hecho un nudo durante dos horas y media. No es para nada perfecto, pero son esas claras imperfecciones las que le dan ese tono crudo que caería en lo pretencioso en otras manos. Lo digo de forma sincera, estamos ante un nuevo clásico del cine de samurais.

*Al momento de escribir estas líneas, Miike ya realizó y estrenó un remake de Harakiri en 3D.

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